René Fujiwara
Montelongo
México, DF; a 26 de
octubre de 2015.
“Mis dos familias son el Sindicato y mi familia. Si algo me
llega a pasar te encargo a las dos…”
-Elba Esther Gordillo (17/II/2013)
En los días posteriores a la detención de mi abuela, Elba
Esther Gordillo, el poder verdaderamente se volvió en nuestra contra y conocí
en carne propia el otro rostro del poder. El poder se manifestaba por primera
vez en contra de mi familia con toda su virulencia: en los medios de
comunicación, en las declaraciones de los líderes de opinión, en las
instituciones del Estado Mexicano. Todos en la clase política se olvidaban de
repente, que algún día no hace mucho, habían compartido la misma mesa con mi
abuela. Los gobernadores, en su mayoría, parecían olvidarse de los abrazos y
los cumplidos. Los líderes de opinión de las charlas y las comidas. Como muchos
grandes políticos desde la antigüedad hasta la edad moderna mi abuela seria
exhibida públicamente ante la gente. Desfilada frente a las masas en una
sucesión infinita de insultos; como si su suplicio pudiera de verdad redimir
los pecados de la clase política en su totalidad.
Desde ese suceso, hasta la fecha de hoy, es innegable que los
días han estado cargados de mucho dolor. Hay días que incluso me pesa en la
conciencia el poder bañarme en mi propia regadera, o dormir en mi propia cama,
sabiendo que mi abuela hoy no puede gozar de estos placeres tan elementales.
Sin embargo, he de reconocer que también han sido días, meses, y años, de un
profundo crecimiento personal. Años de mucho aprendizaje en el que mi
experiencia personal entorno al poder, tanto en la LXII Legislatura, como en mi
propia narrativa familiar, han dado lugar a una visión mucho más completa e
integral de este fenómeno. ¿Cómo han impactado entonces estos sucesos mi visión
general del poder?
En primer lugar, a pesar de que se ha reafirmado mi
convicción de que el poder proviene de la energía vital de la gente, también he
percibido con mayor claridad las formas en las que este poder se extrae (o se
externaliza) de quienes lo originan. Es decir, en la creación de nuestra
realidad social surgen entidades a las que transferimos parte de nuestro poder
personal. Muchos filósofos han buscado explicar esta transferencia de voluntad
política de las personas al Estado por medio de un contrato (implícito o
explicito). Este es el caso de Thomas Hobbes, John Locke, y Jean-Jacques
Rousseau. Sin embargo, más allá de la exactitud histórica de un contrato que dotara
a las instituciones de poder; lo importante aquí a resaltar es que la
existencia misma de las instituciones supone la transferencia (y concentración)
de poder colectivo.
A partir de esto, llegamos a la segunda característica en
este aprendizaje sobre el poder. Debido a que éste se puede externalizar de su
fuente original, cabe entonces la posibilidad de que ese mismo poder sea
utilizado en contra de quienes lo están originando. Esto es, desde mi
perspectiva, la perversión del poder; en la que éste comienza a servir
únicamente a quienes lo detentan y no a quienes lo originan. También es la
ampliación de lo que yo percibía como la característica creativa del poder, a
la aceptación y asimilación de su rostro destructivo y deforme.
Es esta doble cara del poder la que explica como las fuerzas
para mantener el orden, también pueden ser utilizadas para la represión. Esto
explica lo que ocurrió en la Alemania Nazi, en la extinta Unión Soviética, y la
represión de movimientos democratizadores en múltiples lugares del mundo a
finales de la década de los sesenta. También explica como las instituciones que
sirven para defender al trabajador pueden, en las manos incorrectas, terminar
siendo instrumentos para su sometimiento y domesticación.
En los días posteriores a la detención de mi abuela; tanto su
grupo político, como su familia, debimos de tomar decisiones rápidas ante la
nueva situación. Parte de esas decisiones consistió en el fortalecimiento de un
nuevo actor como presidente interino del sindicato. Esta no era una decisión
fácil para nadie; pues remover a Elba Esther resultaba doloroso para todos los
que la conocíamos. Aun no llevaba ni siquiera 48 horas detenida, y de acuerdo
al Pacto de Guadalajara, Juan Díaz de la Torre debía convertirse en presidente
interino mientras los medios de comunicación mostraban las primeras imágenes de
ella en prisión. A pesar de esto yo era una de las personas que, sin formar
parte del consejo que lo elegiría, apoyaba la entrada de Juan Díaz. Desde mi
óptica, él era el único que podía ayudar al sindicato, al partido, y a mi
abuela, en las terribles condiciones en las que todos quedamos. Solo Juan podía
defender a los maestros en este momento de crisis, y así darle sentido al
sacrificio que mi abuela, ya en la cárcel, estaba asumiendo.
Sin embargo, en los meses posteriores empezaron a ocurrir
sucesos, que por decirlo de alguna forma, parecían tener una motivación dudosa.
¿Quería la nueva dirigencia sindical y partidista de verdad ayudar a mi abuela?
¿Iban a apegarse (aunque fuese de forma sutil) a la defensa magisterial que
ella había iniciado? Los sucesos a los que me refiero iban desde el despido de
gente de posiciones estrategias del partido y del Sindicato, hasta la
implementación de una política de intimidación hacia los Secretarios Generales
de las secciones. Alcanzando su más grotesca expresión en el terrible
encarcelamiento (con ayuda del SNTE) de la maestra Mirna García en el estado de
Hidalgo. Para mí, cada vez se volvía más evidente que en muchas de estas
acciones habían claras señales de deslealtad.
Estos sucesos, como era de esperarse, deterioraron la moral
al interior del partido Nueva Alianza y del Sindicato. Mucha de la gente que
originalmente formaba parte del proyecto encabezado por Elba Esther Gordillo,
se fueron alejando del grupo. Algunos exiliados en contra de su propia
voluntad, algunos otros declarándose independientes o cambiándose de partido.
Finalmente, otros como yo permanecimos firmes con la esperanza de que las cosas
fueran mejorando; sin embargo, el daño ya estaba hecho y cada día la realidad
se volvía más difícil…y las dudas respecto a la traición se transformaban poco
a poco en convicción.
Quiero destacar y dejar muy claro que lo que yo empezaba a
ver como el elemento central de una traición no iba dirigido en contra de Elba
Esther y lo acordado con ella. Estas deslealtades bien podrían ser consideradas
faltas secundarias entre particulares. Lo que si podría, sin exageración, ser
visto como una traición fue aquella dirigida en contra de la finalidad inherente
del mismo Sindicato. Aquello por lo cual mi abuela había luchado todos estos
años y la razón por la cual el poder la estaba castigando: la protección de los
maestros y de su dignidad gremial.
Esto finalmente me lleva al tercer cambio en mi perspectiva
en torno al poder. Este cambio, es probablemente el que más me lastima y el que
considero también el más nocivo. A pesar de que aun sostengo que el poder
efectivamente fluye en la sociedad, hoy me doy cuenta de que existe una abismal
alienación entre las personas y su poder político. A pesar de que la gente
logra reconocer su poder como padre o madre, como maestro, o como médico, la
mayoría de personas se sienten ajenos a su poder político. Lo ven como algo
externo a ellos, y no como algo que ellos mismos están generando con su mera
existencia.
Esto no sería tan terriblemente significativo y doloroso,
sino fuese por el hecho de que este mismo extrañamiento facilita que el poder
político se corrompa y desvirtué. Es este alejamiento lo que hoy mantiene los
índices de abstencionismo electoral tan elevados. Es el extrañamiento lo que
facilita que nada ocurra en México y que solo 3% de los delitos sean
castigados. Es esta desidentificación con nuestro propio poder lo que permite
que el sistema de justicia pueda ser utilizado con finalidades
extra-judiciales.
La desidentificación que sentimos con nuestro poder político,
en pocas palabras, es lo que justifica hoy nuestra inacción. Es lo que nos
permite esperar sigilosamente a que alguien más, nunca nosotros, levante
primero la mano. A pesar de que esta actitud es algo con lo que siempre hemos
vivido y forma parte de nuestro legado histórico e institucional; hoy mantener
una actitud así frente a lo que ocurre en México y el mundo cobra tintes
genuinamente suicidas.
Cabe recalcar, en contra el sentido común, que esta
desidentificación no solo ocurre con el individuo atomizado, que genuinamente
se podría sentir en los márgenes del poder político; sino que sorprendentemente
ocurre también entre diputadas y diputados, ocurre entre consejeras y
consejeros, ocurre entre líderes sindicales y líderes de partido. Ocurre, en
resumidas cuentas, también entre personas que se encuentran en verdaderos
espacios de decisión. Esto parece muy difícil de creer; sin embargo, yo fui
diputado y fui testigo de primera mano de la formas cómo esto ocurre. He visto
lo que Erich Fromm llamaría “el miedo a la libertad”, precisamente en aquellos
que más libertad deberíamos de estar ejerciendo. He visto como conceptos como
la disciplina y la institucionalidad, se mezclan con el miedo y la
desidentificación de nuestro propio poder, para limitar nuestro verdadero campo
de acción.
Este ha sido el descubrimiento más doloroso; y sin embargo,
también este es el eje sobre el que visualizo nuestra única posibilidad de
genuina transformación. De todas las características que he descrito sobre el
poder; esta última es la única que cada uno de nosotros puede determinar a
partir de su actuar personal. El mundo ha girado violentamente en estos años, y
me parece que ha llegado el momento de que todos nos vayamos haciendo más
responsables de lo que nos está sucediendo. En Nueva Alianza, en México, y en
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