jueves, 12 de noviembre de 2015

Los Dos Rostros del Poder (Parte 2 de 2)



René Fujiwara Montelongo
México, DF; a 26 de octubre de 2015.  
“Mis dos familias son el Sindicato y mi familia. Si algo me llega a pasar te encargo a las dos…”

                                                                -Elba Esther Gordillo (17/II/2013)

En los días posteriores a la detención de mi abuela, Elba Esther Gordillo, el poder verdaderamente se volvió en nuestra contra y conocí en carne propia el otro rostro del poder. El poder se manifestaba por primera vez en contra de mi familia con toda su virulencia: en los medios de comunicación, en las declaraciones de los líderes de opinión, en las instituciones del Estado Mexicano. Todos en la clase política se olvidaban de repente, que algún día no hace mucho, habían compartido la misma mesa con mi abuela. Los gobernadores, en su mayoría, parecían olvidarse de los abrazos y los cumplidos. Los líderes de opinión de las charlas y las comidas. Como muchos grandes políticos desde la antigüedad hasta la edad moderna mi abuela seria exhibida públicamente ante la gente. Desfilada frente a las masas en una sucesión infinita de insultos; como si su suplicio pudiera de verdad redimir los pecados de la clase política en su totalidad.

Desde ese suceso, hasta la fecha de hoy, es innegable que los días han estado cargados de mucho dolor. Hay días que incluso me pesa en la conciencia el poder bañarme en mi propia regadera, o dormir en mi propia cama, sabiendo que mi abuela hoy no puede gozar de estos placeres tan elementales. Sin embargo, he de reconocer que también han sido días, meses, y años, de un profundo crecimiento personal. Años de mucho aprendizaje en el que mi experiencia personal entorno al poder, tanto en la LXII Legislatura, como en mi propia narrativa familiar, han dado lugar a una visión mucho más completa e integral de este fenómeno. ¿Cómo han impactado entonces estos sucesos mi visión general del poder?

En primer lugar, a pesar de que se ha reafirmado mi convicción de que el poder proviene de la energía vital de la gente, también he percibido con mayor claridad las formas en las que este poder se extrae (o se externaliza) de quienes lo originan. Es decir, en la creación de nuestra realidad social surgen entidades a las que transferimos parte de nuestro poder personal. Muchos filósofos han buscado explicar esta transferencia de voluntad política de las personas al Estado por medio de un contrato (implícito o explicito). Este es el caso de Thomas Hobbes, John Locke, y Jean-Jacques Rousseau. Sin embargo, más allá de la exactitud histórica de un contrato que dotara a las instituciones de poder; lo importante aquí a resaltar es que la existencia misma de las instituciones supone la transferencia (y concentración) de poder colectivo.

A partir de esto, llegamos a la segunda característica en este aprendizaje sobre el poder. Debido a que éste se puede externalizar de su fuente original, cabe entonces la posibilidad de que ese mismo poder sea utilizado en contra de quienes lo están originando. Esto es, desde mi perspectiva, la perversión del poder; en la que éste comienza a servir únicamente a quienes lo detentan y no a quienes lo originan. También es la ampliación de lo que yo percibía como la característica creativa del poder, a la aceptación y asimilación de su rostro destructivo y deforme.

Es esta doble cara del poder la que explica como las fuerzas para mantener el orden, también pueden ser utilizadas para la represión. Esto explica lo que ocurrió en la Alemania Nazi, en la extinta Unión Soviética, y la represión de movimientos democratizadores en múltiples lugares del mundo a finales de la década de los sesenta. También explica como las instituciones que sirven para defender al trabajador pueden, en las manos incorrectas, terminar siendo instrumentos para su sometimiento y domesticación.

En los días posteriores a la detención de mi abuela; tanto su grupo político, como su familia, debimos de tomar decisiones rápidas ante la nueva situación. Parte de esas decisiones consistió en el fortalecimiento de un nuevo actor como presidente interino del sindicato. Esta no era una decisión fácil para nadie; pues remover a Elba Esther resultaba doloroso para todos los que la conocíamos. Aun no llevaba ni siquiera 48 horas detenida, y de acuerdo al Pacto de Guadalajara, Juan Díaz de la Torre debía convertirse en presidente interino mientras los medios de comunicación mostraban las primeras imágenes de ella en prisión. A pesar de esto yo era una de las personas que, sin formar parte del consejo que lo elegiría, apoyaba la entrada de Juan Díaz. Desde mi óptica, él era el único que podía ayudar al sindicato, al partido, y a mi abuela, en las terribles condiciones en las que todos quedamos. Solo Juan podía defender a los maestros en este momento de crisis, y así darle sentido al sacrificio que mi abuela, ya en la cárcel, estaba asumiendo.

Sin embargo, en los meses posteriores empezaron a ocurrir sucesos, que por decirlo de alguna forma, parecían tener una motivación dudosa. ¿Quería la nueva dirigencia sindical y partidista de verdad ayudar a mi abuela? ¿Iban a apegarse (aunque fuese de forma sutil) a la defensa magisterial que ella había iniciado? Los sucesos a los que me refiero iban desde el despido de gente de posiciones estrategias del partido y del Sindicato, hasta la implementación de una política de intimidación hacia los Secretarios Generales de las secciones. Alcanzando su más grotesca expresión en el terrible encarcelamiento (con ayuda del SNTE) de la maestra Mirna García en el estado de Hidalgo. Para mí, cada vez se volvía más evidente que en muchas de estas acciones habían claras señales de deslealtad.

Estos sucesos, como era de esperarse, deterioraron la moral al interior del partido Nueva Alianza y del Sindicato. Mucha de la gente que originalmente formaba parte del proyecto encabezado por Elba Esther Gordillo, se fueron alejando del grupo. Algunos exiliados en contra de su propia voluntad, algunos otros declarándose independientes o cambiándose de partido. Finalmente, otros como yo permanecimos firmes con la esperanza de que las cosas fueran mejorando; sin embargo, el daño ya estaba hecho y cada día la realidad se volvía más difícil…y las dudas respecto a la traición se transformaban poco a poco en convicción.

Quiero destacar y dejar muy claro que lo que yo empezaba a ver como el elemento central de una traición no iba dirigido en contra de Elba Esther y lo acordado con ella. Estas deslealtades bien podrían ser consideradas faltas secundarias entre particulares. Lo que si podría, sin exageración, ser visto como una traición fue aquella dirigida en contra de la finalidad inherente del mismo Sindicato. Aquello por lo cual mi abuela había luchado todos estos años y la razón por la cual el poder la estaba castigando: la protección de los maestros y de su dignidad gremial.

Esto finalmente me lleva al tercer cambio en mi perspectiva en torno al poder. Este cambio, es probablemente el que más me lastima y el que considero también el más nocivo. A pesar de que aun sostengo que el poder efectivamente fluye en la sociedad, hoy me doy cuenta de que existe una abismal alienación entre las personas y su poder político. A pesar de que la gente logra reconocer su poder como padre o madre, como maestro, o como médico, la mayoría de personas se sienten ajenos a su poder político. Lo ven como algo externo a ellos, y no como algo que ellos mismos están generando con su mera existencia.

Esto no sería tan terriblemente significativo y doloroso, sino fuese por el hecho de que este mismo extrañamiento facilita que el poder político se corrompa y desvirtué. Es este alejamiento lo que hoy mantiene los índices de abstencionismo electoral tan elevados. Es el extrañamiento lo que facilita que nada ocurra en México y que solo 3% de los delitos sean castigados. Es esta desidentificación con nuestro propio poder lo que permite que el sistema de justicia pueda ser utilizado con finalidades extra-judiciales.

La desidentificación que sentimos con nuestro poder político, en pocas palabras, es lo que justifica hoy nuestra inacción. Es lo que nos permite esperar sigilosamente a que alguien más, nunca nosotros, levante primero la mano. A pesar de que esta actitud es algo con lo que siempre hemos vivido y forma parte de nuestro legado histórico e institucional; hoy mantener una actitud así frente a lo que ocurre en México y el mundo cobra tintes genuinamente suicidas.

Cabe recalcar, en contra el sentido común, que esta desidentificación no solo ocurre con el individuo atomizado, que genuinamente se podría sentir en los márgenes del poder político; sino que sorprendentemente ocurre también entre diputadas y diputados, ocurre entre consejeras y consejeros, ocurre entre líderes sindicales y líderes de partido. Ocurre, en resumidas cuentas, también entre personas que se encuentran en verdaderos espacios de decisión. Esto parece muy difícil de creer; sin embargo, yo fui diputado y fui testigo de primera mano de la formas cómo esto ocurre. He visto lo que Erich Fromm llamaría “el miedo a la libertad”, precisamente en aquellos que más libertad deberíamos de estar ejerciendo. He visto como conceptos como la disciplina y la institucionalidad, se mezclan con el miedo y la desidentificación de nuestro propio poder, para limitar nuestro verdadero campo de acción.

Este ha sido el descubrimiento más doloroso; y sin embargo, también este es el eje sobre el que visualizo nuestra única posibilidad de genuina transformación. De todas las características que he descrito sobre el poder; esta última es la única que cada uno de nosotros puede determinar a partir de su actuar personal. El mundo ha girado violentamente en estos años, y me parece que ha llegado el momento de que todos nos vayamos haciendo más responsables de lo que nos está sucediendo. En Nueva Alianza, en México, y en el mundo. Es la única forma como podremos hacer frente a los grandes retos que tenemos en el mundo; como la desigualdad, el calentamiento global, y la deforestación; y también es el único medio para hacer frente a los grandes retos que tenemos en Casa.




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